Salió el día bueno en Manchester. |
En
Manchester siempre llovía. No importaba en qué mes del año estuviera uno, ni si
el día había empezado soleado. La lluvia siempre hacía su aparición tarde o temprano.
Tampoco es que fuera una lluvia insoportable. Con el paso del tiempo incluso acabé
encontrándole cierto encanto bucólico. Era suave, plomiza, triste. Cada día era
un día gris por su causa. Salvo en el invierno profundo, en que la cosa del
llover se puso bastante más seria, el resto fue siempre así, cómo un
pensamiento en el que no quieres entrar en profundidad pero que siempre está
ahí.
A
la ciudad llegué el día 16 de Agosto de 2013, a la hora de la comida para mí,
pero a la hora final de la tarde para ellos. El atardecer, si es que se le
puede llamar así, era gris invernal, en contraste con el sol y el calor de
verano de Madrid, de donde había salido mi avión apenas tres horas antes. Allí
había dejado a mis padres, que tuvieron la amabilidad de llevarme hasta el
aeropuerto desde Badajoz.
Mi
inglés era muy pobre por aquel entonces, poco más que el aprendido en un cutre bachillerato
diez años antes, algunos cursos sueltos, y mi voluntad de estudio de los meses
anteriores. Por eso, al pisar suelo inglés con mi maleta, no me atreví a
montarme en el tren que llevaba del aeropuerto hasta el centro en 15 minutos.
Tenía miedo a pasarme de estación y perderme. Preferí lo seguro, un autobús de
la compañía Stagecoach que tardaba unos 50 minutos en llegar al centro, pero
que me ofrecía a cambio un primer vistazo de los barrios periféricos del sur de
la ciudad.
Debo
decir que esta era la primera vez que viaja al Reino Unido, y también la
primera vez que viajaba sólo a otro país. Lógicamente me sentía bastante
inquieto, y cómo venía cargado de consejos y advertencias, estaba nervioso
temiendo que pudieran robarme o que me metiera donde no debía.
Recuerdo
esos primeros momentos allí como bastante angustiosos. Me sentía parte de la
tragedia colectiva de mi generación. Siendo
sincero, a día de hoy aún no tengo totalmente claros los motivos exactos que me
llevaron a tomar el avión e irme de esa manera tan lanzada a lo desconocido.
Supongo
que fue un poco de todo: sensación de frustración conmigo mismo y con mi tiempo,
la posibilidad real de vivir nuevas aventuras, de aprender un idioma que no
sabía, la leyenda entre los jóvenes de que con esfuerzo se podía lograr una
vida digna allí… (Nota: nótese qué ingenuo era entonces)
No
hubo un motivo concreto, hubo muchos. Fuera como fuera, allí estaba. Sólo, en
un país desconocido, con una maleta llena de sueños (cursi, pero real) y sin
tener ni puta idea del idioma. Con la perspectiva que da el tiempo, no sé como
tuve valor o la ingenuidad para hacerlo. Son esas cosas que sólo la juventud
puede explicar.
Miles y miles de casas así. Precioso. |
Sentado
en la parte trasera del autobús vi pasar mis primeras imágenes de cómo era
Manchester. Y no me gustó, no era lo que esperaba. En mi imaginación,
Inglaterra estaba compuesta de barrios bonitos y gente bien educada. La
realidad que encontré eran inmensas zonas residenciales de casas de ladrillo rojo
oscuro sin un alma en la calle, suciedad oscura, arquitectura horrible, gentes
de pintas extrañas definitivamente alejados de mi imagen de los ingleses. Según
avanzaba el autobús se me encogía el corazón al ver pasar barrios dignos del
mejor aparheid: de ingleses adinerados, de negros traficantes, de pakistaníes
de tiendas de kebabs… En ese primer momento sentí que había cometido un gran
error al elegir esta ciudad. Estaba viendo uno tras otro los barrios más pobres
y degradados de Manchester. Con el tiempo acabé conociéndomelos tan bien como
mi ciudad de origen, y acabé cogiéndoles gusto, pero aquel primer día el shock
fue muy grande, y sentí gran angustia.
Plaza de Picadilly Gardens a mi llegada. |
El
centro me gustó más porque me recordaba más a lo que yo entendía hasta ese
momento por una ciudad grande normal. El autobús me dejó en Picadilly Gardens, la
enorme plaza central de Manchester, un lugar lleno de vida y gente, de
tranvías, autobuses, grandes almacenes, y en definitiva, de lo normal en una
gran ciudad europea. Arrastrando mi maleta me guié como pude hasta el hostal
donde tenía reservada una habitación para cuatro noches.
El
lugar se llamaba Hilton Chambers, y estaba situado en el 15 de Hilton Street, a
unos cinco minutos en linea recta de Picadilly. Se llamaba Hilton por el nombre
de la calle, y lo aclaro porque algunos despistados lo confundían con los de la
lujosa cadena de hoteles. Pertenecía a una cadena de hostales llamada Hatters,
que poseían otro hostal cercano, y que con el tiempo llegué a conocer demasiado
bien.
El
hostal estaba situado en pleno barrio de Northern Quarter, el barrio céntrico más
bohemio, cultural y hipster de todo el centro de Inglaterra. Era una zona muy interesante,
llena de comercios y de cafés de pintas a cual más extraña. Se podría decir que
cada local competía con el de al lado en destacar en este aspecto. Hablaré mas
en el futuro, por ahora baste decir que es un barrio de edificios de 5 o 6
plantas provenientes del pasado industrial de Manchester, es decir, realizados
con los famosos ladrillos rojo oscuro.
Al
llegar al hostal, intenté usar mis pobres lecciones de inglés para hacerme
entender como pude por la guapa recepcionista polaca, Martina, que en verdad no
me entendió porque no quiso, dado que luego supe que hablaba español
perfectamente. Era la primera vez que me veía obligado a hacerme entender en
inglés para algo más o menos serio, y recuerdo que intentaba hablar y me salían
frases a cual peor construida, y del agobio no paraba de sudar.
Mi habitación tenía buenas vistas y mucha mierda. |
La
habitación que había reservado era pequeña y cutre, y ciertamente no estaba muy
seguro de si la habrían limpiado o no, aunque polvo no tenía. Deduje,
correctamente, que ese debía ser el estándar inglés de limpieza, lo que
nosotros llamaríamos un hostal de tercera división: suciedad y ruido.
Debían
ser sobre las 5 de la tarde pasadas, que para mí horario español era la hora de
despertarme de la siesta, pero que para allí era la hora de cerrar los
comercios. Dejé las cosas en mi cuarto, y salí a familiarizarme un poco con la
zona con un mapita de propaganda que me habían dado al llegar al hostal.
Ya
estaba yo un poco triste, pero el ver los negocios cerrar tan temprano me puso
aún más triste. Era como si me hubiera ido a un sitio donde todo era hostil, y
la sensación de haberme sentido cómo un niño de 4 años tratando torpemente de
hablar con la recepcionista no ayudaba.
No
sé cuánto tiempo caminé aquella tarde, quizás un par de horas, quizás mas.
Recorrí en un paseo nocturno, contemplando las tiendas cerradas, todo la zona
más próxima a mi hostal, hasta llegar al rio. En algún momento me entró hambre,
y cené algo en algún sitio de comida rápida que no recuerdo bien, y ya bien
entrada la noche volví al hostal.
La
señal de internet no llegaba a mi cuarto, así que fui a la sala común para
clientes del hostal con mi portátil, y me puse a adelantar algo del trabajo que
tenía para los días siguientes: encontrarme piso. Pasé un par de horas más
lápiz y libreta en mano, apuntando números de teléfono de anuncios de habitaciones
por los barrios periféricos que tan poco me habían gustado al venir, pero que
eran los que me podía permitir.
Sobre
las 10 y media de la noche volví a mi habitación y puse la televisión un rato.
Sólo entendía más o menos bien las noticias de la BBC, que daban en un inglés
muy sencillo, así que las dejé puestas para hacerme el oído, mientras trataba
de pensar un poco en cómo organizarme para la multitud de cosas que tenía que
hacer en los días siguientes. Tenía una libretita Moleskine de color negro que
me había regalado tiempo atrás Doncel, en la que había ido apuntando desde
meses antes todas esas cosas que me podían ser útiles: líneas de autobús,
nombre de los barrios (y si eran o no recomendables), teléfonos de taxis, del
hostal, de un número de citas para la seguridad social que necesitaba tener… en
fin, esas cosas que uno necesita tener a mano al emigrar.
Llamé
a mis padres un rato, y comenté que había hecho un buen viaje, y que me había
gustado mucho todo lo que había visto, con todo el entusiasmo del que fui
capaz. Sabía que estaban bastante tristes y preocupados, así que traté de poner
mi mejor voz para que no sintieran pena por mí, y que pensaran que estaba
pasándolo bien.
Al
colgar me sentí un poco mejor, y cómo tenía tanto cansancio acumulado, no tardé
mucho en quedarme dormido. Había salido de casa sobre las 5 de la mañana, y
aunque aún era temprano para mis estándares de sueño, el cansancio pudo
conmigo. Por un día había tenido bastante. Mañana sería otro día.
Leer algunos de los motivos que te llevaron a ir a Manchester, me hace recordar cuando tomé la decisión (sin pensarlo dos veces) de venirme a España con mis padres. Tenía 18 años y estaba como tú, llena de frustraciones e inquietudes que desencadenaron un inmenso deseo de aventurarme en búsqueda de nuevas experiencias, en un país desconocido aunque con un gran significado para mí al ser donde mi querida abuela Pilar nació y vivió hasta emigrar a Brasil.
ResponderEliminarConfieso que hay momentos en los que es muy complicado vivir en otro país, más aún al estar lejos de tus seres queridos, sin embargo es una experiencia increíble e inolvidable, principalmente para exploradores aventureros como nosotros. ;)
Gracias por comentarme Pricila, de verdad que me haces muy feliz estando por aquí. Imagino que con lo pequeña que eras, fue muy dificil. Es verdad que hay momentos, supongo que el punto de inflexión es cuando acabas queriendo a tu lugar de acogida.
ResponderEliminarBienvenida a mi blog. ;)
Una crónica encantadora, dulzona y hasta tierna... No puedo evitar sentirme identificado :-P
ResponderEliminarDale, ya soy fan del blog.